lunes, 13 de octubre de 2008

Los primeros pasos del Opus Dei en México (1948-1949)

San Josemaría Escrivá de Balaguer


En este estudio se narran los comienzos del Opus Dei en México, desde mayo de 1948 a mayo de 1949. Pedro Casciaro hizo un primer viaje a México en 1948. A los pocos meses, en enero de 1949, comenzó de manera estable el trabajo apostólico en aquel país. Con la ayuda de muchos amigos y cooperadores, se instaló el primer centro del Opus Dei de América, en Ciudad de México. Se inició la labor con universitarios, apareció la primera edición mexicana de “Camino” y se abrieron nuevos horizontes apostólicos en otras ciudades.


Introducción
En 1948, san Josemaría Escrivá decidió que la expansión internacional del Opus Dei, iniciada pocos años antes, proseguiría por América. Antes de tomar una resolución concreta en ese sentido, encargó a don Pedro Casciaro1, uno de los primeros miembros del Opus Dei, que realizara un viaje exploratorio por ese continente, para sondear las diversas posibilidades que se ofrecían. Acompañado por dos profesores españoles, don Pedro realizó ese viaje en 1948. Como resultado de sus informes, san Josemaría tomó la decisión de comenzar a la vez en los Estados Unidos y en México.

A finales de 1948, don Pedro Casciaro se trasladó a México con otras dos personas, a las que se unirían otras dos algunos meses más tarde, para comenzar establemente el trabajo apostólico del Opus Dei en el país americano. En el presente estudio se abarcan los sucesos que acabo de mencionar, y se proporciona un resumen de lo que ocurrió durante el primer año de presencia del Opus Dei en México, concretamente hasta el 30 de mayo de 1949, en que se produjo el traslado del primer centro –que hasta entonces se encontraba en la calle Londres 33– a la nueva sede de la calle Nápoles 70, ambas en la Colonia Juárez, México, D.F. (...) Las principales fuentes primarias que he consultado son: el epistolario del fundador2 , las cartas de Pedro Casciaro3 y el diario del centro de la calle Nápoles .

Primer viaje a México (1948)
Este viaje, como ya se ha anticipado, respondía a los planes de expansión que se había trazado san Josemaría. Efectivamente, desde 1946, el Opus Dei había comenzado a trabajar fuera de España, concretamente en Portugal e Italia. Después habían seguido Inglaterra (fines de 1946), Irlanda y Francia (1947). Pero era sólo el principio.

En una carta, escrita desde Roma, en febrero de 1948, decía a los miembros del Consejo General del Opus Dei: “A mi vuelta [a España] haremos un estudio orgánico –frío– de la expansión de la Obra” . El fundador tenía el propósito de viajar a Madrid a mediados de marzo. Sin embargo, cayó enfermo –sufrió una parálisis a frigore– y tuvo que retrasar el regreso hasta principios de abril. Mientras se restablecía de su dolencia en Roma, san Josemaría sentía la urgencia de no retrasar esos planes y animó a don Pedro a que se “preparara urgentemente para hacer un largo viaje por América” en el que había que conseguir dos objetivos: 1°) visitar a los obispos de varias diócesis que habían manifestado su deseo de que la Obra comenzara en sus circunscripciones y 2°) conocer in situ las circunstancias de cada lugar para preparar la implantación del Opus Dei en esos países. Se trataba de recorrer buena parte de los Estados del continente americano, en un viaje de reconocimiento.

El 13 de abril de 1948, Pedro Casciaro –acompañado por otras dos personas– inició el viaje por América. Fue un largo periplo que duró seis meses (de abril a septiembre). De Madrid volaron a Nueva York. Después a Chicago, en donde permanecieron varias semanas. Luego viajaron por varias ciudades de Canadá (Toronto, Ottawa, Montreal, y Quebec) y finalmente se dirigieron a Washington. Se entrevistaron con los obispos y visitaron varias universidades.

El 19 de mayo llegaron a México y desde allí, el 10 de agosto, volaron a Lima (Perú). Por último, visitaron Chile y Argentina (Buenos Aires y Rosario). “En la mayoría de los países –recordaría don Pedro años más tarde– permanecimos de una a tres semanas, salvo en México, donde residimos más de dos meses y aún nos supo a poco” . Efectivamente, la estancia en México fue para don Pedro un verdadero descubrimiento. De manera elocuente relata las impresiones recibidas: (...) A su hermano José María, le escribe ese mismo día: “Estamos contentísimos en México” . En el mes de junio aumenta su admiración por lo que va encontrando en el país: “Ha sido un consuelo enorme conocer este país y esta gente”. “Gracias a Dios tenemos ya verdaderos amigos”. “Aquí hacemos mucha falta y difícilmente quedaremos mejor impresionados en Chile y Argentina” .

Ya desde su primer viaje se percató de que valía la pena comenzar cuanto antes: “Padre –le escribía al fundador en julio de 1948–: las cosas que le cuento sobre las posibilidades de trabajo en México no son impresiones vagas: hemos concretado con bastantes personas: así que es sólo cuestión de preparar gente” .

En esos meses, fue a visitar dos veces al arzobispo de México; los que le acompañaban dictaron conferencias sobre sus respectivas especialidades profesionales en la ciudad de México, Morelia, Mérida y Puebla; y obtuvieron el imprimatur para la “Hoja Informativa” de la causa de canonización de Isidoro Zorzano.

Además, hicieron un viaje a Mérida –del 9 al 14 de junio–, donde visitaron al arzobispo de Yucatán, mons. Fernando Ruiz Solórzano, y hablaron con él de una posible edición de Camino con prólogo suyo. (...) Sucesivamente visitaron otras ciudades.

El 10 de agosto de 1948, se despidieron de México y partieron rumbo a Sudamérica. En septiembre regresaron a España y, en la finca de Molinoviejo (Segovia), contaron sus impresiones al fundador. En aquella ocasión, enseñaron a san Josemaría una imagen de Nuestra Señora de Zapopan, patrona de Guadalajara (Jalisco), que habían llevado de México.

Con los informes recibidos, san Josemaría decidió que los primeros pasos del Opus Dei en América se darían en Estados Unidos y en México.



Segundo viaje a México (1949)
El 17 de diciembre de 1948, los que iniciarían la labor apostólica en México fueron a Molinoviejo, donde san Josemaría estaba predicando un curso de retiro. “Comenzamos en Molinoviejo –recuerda don Pedro Casciaro– con la bendición del Padre y una imagen de Nuestra Señora del Rocío que nos dio. Al día siguiente embarcábamos. Lo único con valor material, en el equipaje, era un sagrario de Talleres, regalo de un viejo amigo”. San Josemaría les dio la bendición de despedida en Molinoviejo en presencia de don Casimiro Morcillo, entonces obispo auxiliar de Madrid.

El vapor correo Marqués de Comillas, en el que se embarcaron pertenecía a la Compañía Transatlántica Barcelona. Les esperaban treinta y un días de navegación hasta llegar al puerto de Veracruz. Durante la travesía, como es natural, entraron en contacto con muchas personas e hicieron amigos que luego participaron en la labor apostólica del Opus Dei en México. Algunos de ellos ayudaron a la instalación del primer oratorio de la Obra en la Ciudad de México.

A bordo del Marqués de Comillas, Pedro Casciaro escribía a Juan Antonio Galarraga –residente en Inglaterra–, asegurándole que iban “rumbo a México para permanecer allí –según dice el Padre– por muchos años” .

El primer centro del Opus Dei en América: Londres 33
Después de numerosas escalas y de variados sucedidos, fielmente reflejados en el diario, el Marqués de Comillas hizo su entrada en el puerto de Veracruz el martes 18 de enero de 1949, a hora temprana. Casciaro celebró la misa en el barco y se dispusieron a pasar los largos trámites de sanidad y migración. Después de comer en el Hotel Diligencias, se dirigieron al alojamiento que les facilitó Manuel Suárez, para pasar la noche. Manuel Suárez era un español radicado en México, con el cual don Pedro Casciaro tuvo un trato frecuente en esos años. Era propietario de «Techo Eterno Eureka» o «la Eureka», empresa de construcción, con obras en diversas zonas del país (México, D.F., Nuevo León, Sinaloa, Veracruz…).

El jueves 20 de enero don Pedro celebró la misa en el Templo Expiatorio de San Felipe de Jesús, de los Misioneros del Espíritu Santo. Parte de la mañana de ese día, la dedicaron a rezar ante la Virgen de Guadalupe en su basílica del Tepeyac. Le encomendaron toda la labor apostólica en su nuevo país.

Al día siguiente, visitaron a Jacinto Martínez Pando, que les había alojado en su casa durante el primer periplo por México, y que les sugirió rentar un apartamento de su propiedad, en la calle de Londres número 33. Ese mismo día decidieron alquilar el n° 4 del segundo piso, y por la tarde trasladaron su equipaje a la nueva casa.


A partir de entonces, don Pedro Casciaro celebraría la misa, muy frecuentemente, en la cercana parroquia del Sagrado Corazón; el párroco, mons. Vallejo Macouzet, acabaría siendo su confesor y un amigo entrañable.

El 28 de enero visitó a mons. Luis María Martínez51 –arzobispo de México desde 1937, fallecido en 1956 con fama de santidad–, a quien había intentado saludar antes sin conseguir verle hasta ese día. En esta primera entrevista el arzobispo manifestó su alegría por la llegada de personas del Opus Dei a su arquidiócesis y les ofreció su ayuda en lo que necesitaran. Además, les prometió visitarles y celebrar la primera misa en el oratorio de la residencia, una vez estuviera instalado.

Al día siguiente, 29 de enero, fue a la Curia Arzobispal muy temprano para recoger sus licencias ministeriales y las autorizaciones del arzobispo para tener el primer centro y el primer sagrario de México y de América. En el piso de Londres 33 estuvieron poco tiempo: hasta el 30 de mayo de 1949. Sin embargo, al principio, no sabían cuánto tiempo vivirían ahí. Por eso pusieron gran ilusión en instalar el apartamento, y especialmente el oratorio. Cuando estudiaba en Madrid la carrera de Arquitectura, don Pedro Casciaro desarrolló la sensibilidad y gusto por lo artístico que sería uno de los rasgos más característicos de su personalidad, y que le ayudaría a poner en práctica el esmero por la cuidada instalación de los centros y oratorios de la Obra que había aprendido de san Josemaría. En efecto, entre los recuerdos más entrañables que conservaba de su convivencia con el fundador del Opus Dei, estaba la decoración del oratorio de la Residencia de Ferraz, en Madrid. A los pocos días de haber llegado a su nueva patria, el 23 de enero, don Pedro escribió su primera carta a san Josemaría desde tierra mexicana, con la ilusión de comunicarle que ya tenían casa, y para explicarle los detalles de su distribución. El inmueble constaba de tres habitaciones grandes, una cocina y un cuarto de servicio. El oratorio iría en una de las tres primeras. Amueblando los otros dormitorios con sofás cama, don Pedro aseguraba con optimismo que “comodísimamente” podrían vivir hasta siete personas.




El 1° de febrero ya disponían de muchos elementos del nuevo oratorio y seguían buscando otras cosas que faltaban: “Tenemos el frontal y los laterales de la mesa del altar, del siglo XVIII, tallado en Cedro, que es una maravilla y un pequeño retablo en forma de relicario con la Virgen de Guadalupe, también antiguo. Nos han regalado un cáliz muy hermoso” .

No fue sencilla la operación, pero al fin consiguieron tener instalado el oratorio. A fines de febrero Casciaro escribía a san Josemaría: “Me parece que el Señor estará contento porque, dentro de las actuales posibilidades, todo va a quedar muy digno y hemos puesto mucho Amor” . Como había prometido, mons. Luis María Martínez acudió al centro el martes 9 de marzo, muy puntual, acompañado de un seminarista, y celebró la primera misa –memoria de Santa Juana Francisca de Chantal– en el oratorio, a las 8:30 am. Don Pedro Casciaro y los demás no cabían en sí del gozo.

Los comienzos del apostolado con universitarios
A partir de aquel 9 de marzo de 1949, con el Señor en casa, don Pedro y los que con él vivían intensificaron el trato con estudiantes universitarios con el objetivo claro de iniciar los medios de formación espiritual específicos del Opus Dei dirigidos a estudiantes: las clases de formación o círculos, las meditaciones de los sábados unidas al rezo o canto de la Salve, los retiros mensuales, las visitas a los pobres y la catequesis. San Josemaría le había inculcado fuertemente –y él mismo lo sabía por experiencia– la importancia que estos medios de formación tenían para el desarrollo de la entera labor apostólica del Opus Dei, y por eso una de sus principales preocupaciones al llegar a México fue comenzarlos cuanto antes.

En primer lugar, Casciaro tenía urgencia por poner en marcha las clases de formación o círculos para estudiantes universitarios. Recordaba bien cómo las dirigía el fundador del Opus Dei: tenían lugar los sábados. Años más tarde, rememoraba con emoción: “Guardo un recuerdo vivísimo, indeleble, de aquellos Círculos; de las palabras del Padre; de sus ejemplos, tan plásticos y vivos […] nos enseñaba a amar a Dios y nos alentaba a una profunda vida cristiana” . A principios de febrero escribía a san Josemaría: “Me parece que dentro de este mismo mes podremos comenzar algún grupo de círculos” . Sin embargo, no debió de resultar fácil cumplir ese objetivo porque un mes más tarde no habían comenzado todavía, aunque tenían ya algunos chicos dispuestos. A partir del día 9, hubo un cambio en la situación, que Casciaro atribuía precisamente a la presencia del Señor en el Sagrario, recordando quizá una experiencia que el propio san Josemaría había tenido en DYA.

El último sábado de marzo se comenzó a vivir la costumbre –que habían aprendido de san Josemaría– de cantar la Salve, después de la bendición con el Santísimo, en el oratorio. La catequesis en barrios pobres, que nunca deja de organizarse en los centros del Opus Dei que frecuentan personas jóvenes, comenzó en la primera quincena de abril. Solían ir algunos domingos y don Pedro Casciaro celebraba la misa en la parroquia del lugar.

Tanto en el viaje anterior (de 1948) como en los primeros meses de 1949, don Pedro había predicado varios retiros, pero el Jueves Santo, 14 de abril de 1949, pudo celebrarse por primera vez un día de retiro en el oratorio de Londres, 33. La casa se quedó pequeña y Casciaro sabía que le daba una alegría a san Josemaría cuando le escribía para comunicárselo: “sentimos que por ahora tiene que ser de plazas limitadísimas, por lo pequeño del oratorio, pero ya están varias personas buscando casa mayor con mucho interés” . No habían pasado tres meses desde su llegada y ya estaban buscando una sede más espaciosa.

Los primeros amigos y cooperadores
Pedro Casciaro había aprendido junto a san Josemaría a pedir ayuda económica para las necesidades de la Obra. Ya desde 1936 le acompañó frecuentemente a hacer visitas a cooperadores y amigos. En una carta escrita el 18 de abril de 1948, desde Madrid, san Josemaría les decía a los que iban de viaje recorriendo América: “No tengáis vergüenza de pedir y de aceptar limosnas, para nuestro Instituto, por pequeñas que sean” . Buscando colaboradores para los comienzos de la labor en América, don Pedro hizo muchos contactos y verdaderas amistades.

En la carta de marzo de 1948, san Josemaría nombró a Casciaro consiliario para todo el continente, para poder admitir socios supernumerarios. Efectivamente, desde hacía poco tiempo, la Santa Sede había aprobado que en el Opus Dei pudiesen ser admitidos, como supernumerarios, personas casadas. Por ello, al llegar a México en el primer viaje, una de las ocupaciones principales de don Pedro había sido visitar a muchas personas para darles a conocer el Opus Dei y preparar así la labor estable en el país. Cuando volvió a México, para quedarse, en enero de 1949, había más de cien amigos deseosos de colaborar desde el principio en la implantación de la Obra. En representación de ellos, don Pedro invitó a tres matrimonios a asistir a su primera misa en el oratorio de Londres 33, el 10 de marzo de 1949, un día después de que lo bendijera y celebrara a su vez mons. Martínez.

Primera edición mexicana de Camino
Uno de los proyectos que ocuparon más cabeza y tiempo a don Pedro Casciaro, en los inicios de la labor en México, fue la primera edición mexicana de Camino, el libro más conocido del fundador del Opus Dei. Era lógico ese interés suyo. Había visto nacer Camino durante los meses de más estrecha convivencia con el fundador, en Burgos. Había participado también en la primera edición española de Camino (1939) . Y por fin, había sido testigo del gran bien que el libro hacía a todos los que lo leían: había sido un eficaz instrumento para difundir el mensaje del Opus Dei en esos diez años que iban desde 1939 a 1949.

En abril habían decidido tirar cuatro mil ejemplares88, con un costo total de cuatro mil pesos. Para sufragar los gastos contaban con un préstamo de tres mil y un donativo de mil pesos89. El 28 de abril estuvieron con el arzobispo de Yucatán, a quien había encantado la lectura del libro y estaba escribiendo el prólogo: “quiere la Obra de verdad y está dispuesto a colaborar con todo entusiasmo”, se lee en el diario del centro. También había anunciado que él se encargaría de la edición de Camino en Mérida.

Por esas fechas, también el arzobispo de México, mons. Luis María Martínez, recibió un ejemplar de Camino directamente de las manos de su autor. En efecto, en una visita que el prelado hizo a Roma a principios de mayo de 1949, san Josemaría lo invitó a comer y le dedicó un ejemplar91. (...) Al final se iban a tirar tres mil ejemplares.
Por fin, el 18 de noviembre, Pedro Casciaro escribía gozoso a san Josemaría para anunciarle que ya tenía en sus manos el primer ejemplar de la primera edición mexicana de Camino y que lo enviará ese día o al siguiente, por avión.

El precio de venta era de siete pesos mexicanos y, de los tres mil ejemplares, quinientos o mil iban a ser vendidos directamente100. En abril de 1950 ya se habían distribuido más de quinientos de esos ejemplares.



Primeros viajes de expansión apostólica
Apenas estaba en sus comienzos la labor apostólica con universitarios en la Ciudad de México, y ya había planes de extenderla por el resto del país. Durante el primer viaje se habían establecido algunos contactos en las ciudades de Mérida, Guadalajara, Morelia, Zamora y Puebla. Solamente quedó una ciudad a la que hubieran deseado ir: Monterrey (Nuevo León), a donde no pudieron viajar por falta de tiempo. Pero Monterrey ofrecía muchas posibilidades apostólicas. Por eso, al poco tiempo de regresar a México, en enero de 1949, don Pedro Casciaro había hecho planes con don José Luis Múzquiz, para organizar un curso de verano en Monterrey, al que pudieran asistir estudiantes mexicanos y norteamericanos.

En abril de 1949 surgió la posibilidad de hacer un viaje a esa ciudad del norte y don Pedro lo aprovechó inmediatamente. El motivo fue que el Ing. Roberto Avendaño, director en Monterrey de “la Eureka” –la empresa de don Manuel Suárez– había hecho amistad con don Pedro y le invitó a visitar la ciudad el 18 de abril de 1949. El día anterior, don Pedro le escribía a san Josemaría: “Voy contento a Monterrey porque allí hay un buen ambiente universitario y técnico (es como la Barcelona de México)” .

Un mes más tarde, viajó a Culiacán. En 1949 Culiacán era una ciudad muy pequeña. A ninguno de los que llegaron a México se les había pasado por la cabeza la posibilidad de iniciar en pocos años la labor apostólica en ese lugar. Antes había que comenzar en otras ciudades más importantes: Guadalajara, Monterrey, Puebla, Mérida, Morelia…

Aunque a fines de 1950 todo apuntaba a que Monterrey sería la segunda ciudad de México con un centro del Opus Dei, las circunstancias llevaron la labor de la Obra, antes, a Culiacán. Monterrey tuvo que esperar dos años más.

Justo después del viaje a Culiacán, el 30 de mayo por la tarde se trasladaron a la nueva casa de la calle Nápoles 70. Ese mismo día, en Roma, san Josemaría escribía una carta a los miembros de la Obra en México en la que les decía: “Queridísimos: Con mucha alegría leemos vuestras cartas. Aún me detendré aquí un poco de tiempo. Encomendad las cosas que ahora me preocupan. Yo me acuerdo siempre de vosotros. Decidle a la Ssma. Virgen de Guadalupe que me aumente el amor a su Hijo y que bendiga y haga realidad mis peticiones” .

Don Pedro Casciaro poseía una gran capacidad de observación y, según pasaba el tiempo, le asombraban las facetas que descubría en su nuevo país. (...) A final de 1949, en vísperas de la Navidad, hacía al fundador un resumen de sus impresiones sobre el año transcurrido, a la vez que le preguntaba cuándo vendría a México para conocer “un país y una gente que merece la pena” . Acababa de pasar veinte días en La Gavia, una antigua hacienda mexicana en la que había dedicado mucho tiempo a la tarea pastoral con los campesinos y campesinas de los alrededores. Le habían impresionado hondamente las virtudes cristianas de esa gente: su gran fe, su humildad auténtica, su fortaleza y confianza en la Providencia divina... .

Se dio cuenta de que el conocimiento de la idiosincrasia de un país era esencial para el arraigo de la labor apostólica. Algo que ya sabía el fundador, pero que en esos momentos de primera expansión internacional del Opus Dei constituía un dato de experiencia de gran interés. “En este año y medio que llevamos trabajando –escribía a san Josemaría en junio de 1950– casi lo más importante es el conocimiento de lo que son estos países” . Se refería a los países de América, donde los miembros de la Obra estaban “roturando” nuevas tierras, con muchas posibilidades apostólicas, y que ofrecían horizontes a la labor del Opus Dei en todo el mundo.

Casciaro siempre se sintió muy atraído por el espíritu universal del Opus Dei, que san Josemaría le había inculcado en sus conversaciones en Madrid, en Burgos y en tantos otros lugares. Se preocupó de que los primeros mexicanos del Opus Dei participaran de ese rasgo esencial de la Obra. Al final de junio de 1950, se alegraba con las noticias de la expansión del Opus Dei en otros países, que acababa de recibir y escribía a Odón Moles: “los pequeños van haciéndose cargo de la universalidad de la familia y van valorando y amando lo que sólo conocen de referencias” . Esto no estaba reñido con el amor a su patria adoptiva: desde el principio se había hecho mexicano de corazón, y ese cariño no hizo sino crecer.

El 6 de marzo de 1950, un año y pocos meses después de la llegada a México, se produjo otro hecho muy importante de la historia del Opus Dei en este país: llegaron las primeras mujeres de la Obra. El Opus Dei estaba, por fin, “completo” en México, si se puede hablar así, y comenzaba una nueva etapa de su desarrollo en tierra americana.

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